Como un bebé que acaba de nacer y deja escapar su primer llanto la vid exterioriza cada año el renacimiento primaveral con el curioso fenómeno conocido como lloro de la vid. De esta peculiar manera, la vid comienza su ciclo vegetativo. Llora, cura sus heridas y se recompone cogiendo fuerzas para seguir adelante. Sin duda, una visión que parece más bien poética, pero que no es más que el primer estado fenológico de la vid que, además de ser crucial para el correcto desarrollo de la planta y la obtención de un vino de gran calidad, todo el mundo coincide en que es de extrema belleza visual.
Marzo es el mes idóneo para que se produzca el lloro de la vid. Pero previamente a su despertar, los viticultores han de realizar la poda de invierno con un doble objetivo:
Regular el crecimiento y la cantidad de uva producida por el viñedo
Controlar la calidad de la uva
Como consecuencia de la poda y tras un largo periodo de letargo invernal, la vid vuelve a la vida gracias a la llegada de la primavera y el cambio de condiciones climáticas que se dan a partir del mes de marzo.
La temperatura del suelo se eleva ligeramente
Las horas de luz solar son mayores que en invierno
La absorción de la humedad y nutrientes de la tierra con los que produce la savia
Todos estos elementos fomentan la activación del sistema radicular de la planta. Así, la vid comienza a irrigar savia por todas partes, desde la raíz hasta los sarmientos. Gracias a la circulación de la savia la vid es capaz de renacer, de prepararse para la brotación y de florecer y convertir sus flores en uvas.
El flujo de savia comienza a manar y asoma por los cortes previamente realizados en la poda. Es en este preciso instante cuando de los cortes en los extremos de las ramas se comienzan a formar una especie de lágrimas, acuñando a este fenómeno como lloro de la vid. A partir de este momento, se producirá un goteo constante en pequeñas cantidades de un líquido transparente formado por diferentes sustancias vegetales.
Esta activación de las raíces provoca que progresivamente a lo largo de las semanas las yemas se hinchen y aumenten su tamaño, dando lugar a nuevos brotes que comenzarán a ser visibles a mediados del mes de abril. En los sarmientos aparecerán los primeros nudos, una especie de protuberancias de las que se desarrollarán las hojas y las flores.
El lloro de la vid, como el llanto de cualquier bebé, no es eterno. Este proceso suele extenderse entre 7 y 10 días. Durante este periodo en el que la vid cicatriza sus heridas cada cepa puede llegar a perder hasta 5 litros de agua (cuanto mayor sea el corte de la poda, más litros perderá la vid).
A lo largo de estos días, los cortes de la poda se irán recubriendo de una especie de sustancia gomosa producida por las bacterias y la evaporación de sales y minerales producidos por el lloro al secarse.
Finalmente, el lloro termina, las heridas se cierran y la vid está lista para continuar con el siguiente fenómeno de su proceso vital: la brotación.
El lloro de la vid es de vital importancia para la planta debido a que según el momento en el que se produzca este estado fenológico de la vid, la foliación de la planta será mejor o peor.
Una correcta poda asegurará que el lloro de la vid se produzca en las semanas exactas, iniciando la brotación y mejorando la posterior foliación. Por este motivo, los viticultores de las Rías Baixas llevan a cabo valiosas labores que forman parte de la cadena del ciclo biológico de la vid. Si la vid no pasa por todas las etapas de manera oportuna, la uva vendimiada será de peor calidad.
La temporada de brotación de la vid tiene lugar en primavera. Esta se produce cuando la temperatura alcanza el denominado “umbral de crecimiento”, que se da cuando las temperaturas se sitúan entre los 4 y 5ºC.
A medida que la primavera avanza y la temperatura media alcanza los 10ºC (cero vegetativo) comienza a aparecer borra en las yemas. Se conoce como borra a la pelusa que protege las yemas de la vid, de donde poco a poco comenzarán a brotar los primeros pámpanos, los brotes verdes de los que más tarde nacerán las hojas de la vid.
Pese a que la brotación de la vid comienza en primavera, entre marzo y abril, existen muchos factores con incidencia directa que pueden ocasionar que esta se adelante o se retrase. Por ejemplo, el clima y, en concreto, la temperatura, que tiene una incidencia directa en la brotación de la vid.
Aceleración de la brotación: los fríos inviernos aceleran la brotación, debido a la acumulación de frialdad que producirá la ruptura del letargo invernal de la vid.
Retardo de la brotación: la realización de una poda tardía de la planta retrasará la brotación.
Las tareas de los viticultores para lograr una óptima brotación y crecimiento de la vid comienzan meses antes con la preparación y limpieza del suelo. Asimismo, una vez la vid comienza la fase de brotación se volverá más sensible a heladas, pese a que son más improbables por la subida de las temperaturas en primavera. Sin embargo, este aumento de las temperaturas también puede traer consigo la aparición de plagas, muy perjudiciales para la viña.
Paulatinamente las hojas comenzarán a aparecer en la viña, continuando con el ciclo vital de la vid, que finaliza con la vendimia, en septiembre. Tras esta, las viñas de la Denominación de Origen Rías Baixas vuelven a sumirse en un largo letargo a finales de año hasta que la vid vuelva a renacer la próxima primavera con su nuevo llanto.