La merluza, en su justo punto de cocción, se convierte en un producto de altura, con una carne muy tierna que se deshace en lascas con solo tocarla.
Con un sabor que en ocasiones roza el umbral de la insapidez, ingrávido, dejará mucho espacio para el vino.
La lima aportará el «punch», la chispa, con un toque de acidez desbordante, como un regate de Messi.
Buscaremos en esta ocasión, para esta armonía oceánica, un Rías Baixas (Rosal, 2010) de perfil nítido, ligero, sutil, puro, casi etéreo…
Elegante, nostálgico, pálido, suavemente perfumado, como aquellos Borbones que pintaba Goya, que sea en la boca, como aquellas capas de armiño, una caricia de terciopelo. Que la acidez de la lima pueda golpearlo a él también, y lo haga vibrar y despertar, para así potenciar su lado más fresco, oceánico…
¡Para bebernos y comernos el mar a bocados!
Receta | Xoán T. Cannas
Imagen | P.Medina Kdds